Durante cuatro años asistimos a un
equipo de leyenda, construido desde el banquillo por el capitán
Guardiola y el teniente capitán Vilanova. Una máquina engrasada,
con automatismo, recursos en miles de situaciones y dominios de las
diagonales, y la posesión del juego. Pero lo de ayer supera lo
sublime y traspasa a la historia, aún sin el objetivo máximo de
este juego, la victoria.
El fútbol es un deporte de corta
memoria y máxima exigencia. Muchos aficionados del Barcelona se
muestran decepcionados por el hecho de desaprovechar la ventaja
obtenida en la ida del Camp Nou, y dejar escapar la undécima
supercopa blaugrana de la historia. No debe ser un drama, ni mucho
menos, cuando el FC Barcelona hizo lo más complicado del fútbol,
dominar un partido con un futbolista menos durante una hora en el
Bernabéu. Lo que a muchos equipos se les haría una montaña
imposible de escalar, a este FC Barcelona construido para el deleite
y el mito se le hizo una prueba más a superar.
Aunque el equipo estuviera
irreconocible en la primera media hora, con una atrevida apuesta a la
hora de sustituir a Alves por lesión, incluyendo a Adriano a banda
cambiada, y no a un recambio de perfil natural como Martín Montoya,
que luego culminó un buen partido, a través de la expulsión de
Adriano. Lenta la pareja de centrales, cediendo muchos pasillos
interiores a un maestro del desmarque como Higuaín, demasiado fallón
en los últimos tiempos a pesar de anotar 3 goles en 4 encuentros.
Buscar soluciones sorprendentes, aunque
no te salgan
Ante el contratiempo de la lesión de
Dani Alves, Vilanova quiso innovar en su once inicial y colocar al
brasileño Adriano en el lateral derecho. Un futbolista zurdo
defendiendo a pierna cambiada. Mayor lentitud a la hora de realizar
giros, dificultad para jugar la pelota en un equipo construido para
jugar y tener el balón, y sin recibir ayudas para defender tanto a
Cristiano Ronaldo como a Marcelo. Adriano era un agujero que el
Barcelona no pudo recomponer en treinta minutos. Tampoco ayudó la
falta de sintonía en la pareja de centrales culé, lenta en las
coberturas, y sin atender la debilidad por la derecha.
Un balón al espacio para Higuaín lo
dejó sólo ante Valdés, que salvó con el pie el gol. Ni Piqué
anticipó bien, ni Mascherano llegó rápido al corte. El Madrid olió
una debilidad y se lanzó al cuello. Un balón largo de Pepe, en un
despeje colocado a la espalda de la zaga barcelonista lo intentó
despejar Mascherano con el pie y de espaldas. No lo intentó de
cabeza, y nadie le rectificó a tiempo. Higuaín controló en
carrera, y completó medio disparo, un golpeo mordido, que se coló
por las piernas de Valdés. Si la pega bien...
El segundo, casi calcado. Una salida a
la contra con un pase largo de Khedira a Cristiano Ronaldo, que queda
mano a mano ante Piqué. El madridista se la limpia con el tacón al
central, que se duerme sin despejar antes de que el luso eleve el
balón al cielo con el tacón, digno recurso de un crack que arrasa
con toda defensa y portería que ve, pero falto de elegancia
plástica, también sea dicho. El portugués con calma y tiempo
fusila raso a Valdés, que toca el disparo con el pie y lo desvía de
su trayectoria, que hubiera podido detener Piqué, colocado en el
palo largo sobre la línea de gol, para tapar el ángulo que Valdés
no cubría.
Las soluciones tenían que llegar por
parte de Tito Vilanova, cuyo equipo en veinte minutos había recibido
dos goles y tenía el partido cuesta arriba. Faltaba por llegar la
roja directa a Adriano por un agarrón a Cristiano, cuando enfilaba
la portería de Valdés. Culminaba el Barcelona un primer tercio de
encuentro para olvidar, impropio del etiquetado por muchos “mejor
equipo del mundo”. Faltaba la reacción a una puesta en escena,
como todas, bien planteada; pero en este caso concreto, mal llevada a
la práctica por los culés.
La expulsión obliga a un cambio. Un
grupo bien dirigido puede resolver situaciones contrarias
Vilanova optó por colocar a Montoya en
el lateral, y retirar a un desaparecido Alexis Sánchez. Poco a poco,
el partido se recompuso en el lado blaugrana y el Madrid frenó su
estampida inicial, con dudas si lo hizo esperando robar y
contragolpear como plan B ante la situación de partido, o por la
falta de físico habitual en estas alturas iniciales de la temporada.
Sea como fuere, a Messi le bastó una falta en la frontal para
meterla por fuera de la barrera, ajustada al aplo, imposible para
Casillas. Posible error de colocación de la barrera del madridista,
que no tapó la opción Messi, preocupado sólo por el disparo de
Xavi, también preparado para el golpeo.
Ajustes posicionales, dominio de la
posesión, y cierre de contragolpes basaron el juego del FC Barcelona
a partir de la expulsión. Un gol en el segundo tiempo le hacía
campeón, y el equipo, a pesar de jugar con uno menos, dominó la
situación ante el Madrid en su estadio y cambió de panorama un
partido que parecía destinado a una goleada en el primer tiempo,
tras lo visto. Los blancos, dubitativos de si era el turno de ir a
matar el partido con uno más, o esperar que la ocasión llegara
propiciada por un error del rival.
Dominio con uno menos. La batalla
táctica
En el FC Barcelona, desde la llegada de
Guardiola, todos los partidos valen lo mismo, sea en el Bernabéu
ante el Real Madrid, o sea una primera ronda de Copa del Rey en campo
de un 2ºB. Y el de ayer, con un título en juego, no iba a ser
menos. Reajuste del plan. Dos laterales naturales, el centro del
campo bien anclado, Messi libre, y Pedro moviéndose con tranquilidad
por delante, esperando que se abrieran los espacios, atrayendo al
Madrid a zonas donde creaba superioridad para sorprender con
diagonales desde la banda contraria. Esas zonas débiles del Madrid
volvían a ser los laterales.
Así llegaron ocasiones para Pedro,
para Messi, para Xavi, para Montoya incluso, al que se le hizo de
noche ante Casillas en el segundo tiempo. El Madrid vivía de tres o
cuatro contragolpes que debían llegar por la superioridad numérica
y la necesidad de un gol del Barcelona, más que por su acierto a la
hora de construir el fútbol durante el segundo periodo. Tras bordar
las oleadas en el primer tiempo, el Madrid siguió con su mar de
dudas del segundo periodo, donde el cuerpo le pedía ir arriba, con
Özil, Higuaín y Di María fundidos en la presión alta que el
Madrid quiso hacer todo el partido, y la cabeza indicando que era el
momento de nadar y guardar la ropa, esperando que el Barcelona diera
un mal paso y dejara al descubierto la ocasión de hacer daño. El
desgaste de un gran primer tiempo pasó factura a un equipo que
depende del físico para realizar su juego.
Con uno menos, los blaugranas eran
capaces de realizar las mismas operaciones para crear peligro sin que
se notara, y tener el control total del segundo periodo. El Madrid
quedó a expensas del juego barcelonista, capaz de atreverse a
trabajar las salidas de Piqué desde atrás con el balón controlado,
de buscar las incorporaciones de sus laterales a la espalda de los
madridistas, que sufrían corriendo para atrás a tapar estas vías
de peligro. Ronaldo y Di María a veces renegaban de las ayudas al
lateral y dejaban el uno para uno en badna, más beneficioso para el
Barcelona, algo que no debería de haber sucedido nunca teniendo
superioridad.
Esas superioridades acababan con un
desmarque en diagonal, y el pase entre líneas buscando filtrar el
peligro. Lo entendió bien el Barcelona, que supo que atraer la
atención madridista para cambiarla con un pase a la espalda del
lateral contrario era la mejora manera de encontrar un camino seguro
hacia Casillas. El Barcelona no acertó esta vez, pero el partido
planteado en el segundo tiempo casi rozó la perfección, recuperando
con movimientos tácticos la inferioridad numérica, y convirtiendo
el partido en un tablero de ajedrez entre Mourinho y Vilanova.
Los peones se movían a conciencia de
que los entrenadores habían ajustado las piezas, elevando la calidad
del juego y los jugadores a la enésima potencia. Un buen puñado de
jugadores bien dirigidos puede convertir un buen partido en una obra
sublime al fútbol, una oda a este imprevisible deporte. Anoche
asistimos a una auténtica batalla táctica en la que el Madrid
impuso sus piezas y armas en el primer periodo, llevó al KO técnico
al Barcelona, que se recompuso, se levantó y le obligó al conjunto
blanco a jugar al 200% para contrarrestar el nuevo escenario
propuesto por los de Vilanova.
Estilos confrontados
Real Madrid y FC Barcelona volvieron a escenificar el choque de estilos. La intensidad y agresividad de una presión agobiante e irritante para el Barcelona (mientras el Madrid aguantó), contra una posesión que desgasta, que agota, que cansa, y que se elevaría a obra de arte a exponer en el Museo del Prado si fuera una pintura al óleo. Tanto blancos como azulgranas volvieron a dignificar al deporte rey, dándole la emoción, la batalla, el ritmo y las posibilidades infinitas que sólo los mejores equipos del globo pueden ofrecer al tapete verde de cualquier estadio de fútbol. Un espectáculo grandioso, en el que tanto Mourinho como Vilanova (Guardiola antes) volvieron a dejar su impronta y su sello en sus jugadores.
Una presión total e inteligente, que no permitía al Barcelona jugar cómodo en su propio campo. Costaba salir desde atrás por el trabajo del Madrid, y el trabajo de recuperación desembocaba en contragolpes o ataques vertiginosos. Auténticas oleadas sin capacidad ni posibilidad de controlarlas ante el empuje y la potencia blanca a la hora de enfrentar la meta de Valdés. Mascherano y Piqué sufrieron en velocidad, Adriano quedó desdibujado en constantes superioridades blancas sobre su sector, la zaga azulgrana cometió errores graves y el camino al gol para el Madrid se allanó con un buen puñado de ocasiones, que si bien fueron dos goles, también pudieron haber sido alguno más en un primer tiempo brillante hasta que los de Mourinho decidieron dar paso al plan B, con un juego mucho más estático, pendiente de encontrar espacios, y regalarle la iniciativa al Barcelona.
En el segundo tiempo, y con el gol de Messi, el Barcelona fue capaz de controlar la inferioridad numérica y contrarrestarla. El propio equipo recompuso el puzzle tras la roja a Adriano. Dos laterales, y la paciencia, la posesión, el control, las zonas de superioridad, los pasillos centrales, el juego estático y las diagonales a la espalda para sorprender a los de Mourinho. El Barcelona tampoco cedió excesivas oportunidades al Madrid de buscar contragolpes y ataques rápidos, con transiciones vertiginosas. Digno de admirar el hecho de que el equipo catalán haya sido capaz de igualar las fuerzas con uno menos, cuando conocemos muchos clásicos en los que era el Madrid el damnificado, y acababa sucumbiendo con un futbolista menos ante el poderío blaugrana. En este escenario de inferioridad, el Barcelona si equilibró los términos de desarrollo del partido, y todo quedó en un precioso segundo tiempo, en un campo de fútbol trasladado a tablero de ajedrez.