sábado, 5 de noviembre de 2011

Despierta


La habitación olía a caldo caliente. Su madre había dejado un tazón en la mesa de estudio de la habitación, y el suave olor a caldo caliente le había despertado. Hacía una mañana fría de enero, llovía copiosamente, y las gotas golpeaban con fuerza en la ventana. Gonzalo se removía en la cama, tratando de aliviar el dolor de cabeza que le acarreaba una noche de fiesta con los amigos. Otra resaca más a los 24 años, un dolor conocido para él. Casi como un compañero más de juergas los fines de semana.

El olor que recorría la habitación le hacía olvidar por momentos que la habitación giraba alrededor de su cama. Le transportaba a un lugar mejor, a un lugar más dulce y mejor que el tugurio y los bares donde había pasado la noche con sus amigos de la universidad, escuchando rock y bebiendo cerveza hasta casi perder la noción del tiempo. Gonzalo se acercó a duras penas a la mesilla de su habitación y miró la hora. Eran las 12:30. No era muy tarde para empezar el día, pero tampoco muy temprano para que cundiera aquella mañana sabatinal. Tampoco se podía hacer mucho con ese tiempo. Observó largamente el cuenco, mientras aspiraba el suave olor del caldo. Se acercó hacia el cuenco y dió un pequeño sorbo. El caldo sabía a la clara de huevo que su madre había mezclado en el cuenco hirviendo. Aún estaba caliente, pero no lo suficiente como para abrasarle en el primer trago largo que dió. Tomó el cuenco en unos pocos sorbos largos, y se sintió mejor con el estómago lleno.

Sin embargo, ingerir el cuenco le descubrió el mal olor impregnado a su piel. En aquel momento que percibió el golpe de la peste y el hedor, sintió una pequeña arcada. Inmediatamente se recompuso. Decidió ducharse. Ya en la ducha, Gonzalo intentó rememorar que había sucedido aquella noche. Apenas recordaba momentos al comienzo de la noche, cuando él y sus amigos habían cenado juntos antes de ir al concierto de unos compañeros de clase. Sin embargo, un recuerdo borroso se agolpaba en su mente. Un rostro. Una suave expresión que no lograba recordar con nitidez. Recordaba la expresión, e incluso le resultaba familiar, pero no lograba entender por qué se había grabado aquella imagen en su mente. Sin duda alguna, para un chico tan cerebral y observador como él, alguna relación tendría la imagen con su persistencia en recordarla. Gonzalo se caracterizaba por ser un chico observador, capaz de almacenar con buen tino datos, detalles, frases, imágenes...cosas que a mucha gente se les escapaba a simple vista y en las que la mayoría no reparaba, Gonzalo se lucía en esos pequeños detalles que le hacían marcar la diferencia y ser un chico con unas dotes especiales. Alumno aplicado, diestro en las ciencias relacionadas con los números y las cifras. Estudiaba ingenieria naval, y era uno de los alumnos más aventajados en la mayoría de las clases. Los profesores le admiraban, sus compañeros sentían una mezcla de admiración y envidia por sus dotes para las ecuaciones y la física, y sus amigos se sentían aliviados de contar con él. En ese momento Gonzalo volvió a sentir el calor del agua corriendo por su piel desnuda bajo la ducha, encerrado en una pequeña ducha de pared, cuyo plato no era de dimensiones muy extensas.

El calor del agua le aclaró la imagen, y recordó todo. Aquel rostro era el rostro de una chica, pero no el de una chica cualquiera. Gonzalo había recordado a Silvia. Silvia era una chica distinta para Gonzalo. Llevaban juntos toda la vida, desde pequeños. Vivían en la misma manzana, aunque no era la misma calle. La casa de ella y su casa daban al mismo espacio interior de viviendas, por el cual muchas veces hablaban las noches que se aburrían en casa. Habían compartido juegos en el parque infantil que había al lado de la casa de Silvia. Siempre fueron a la misma clase y desarrollaron una fuerte amistad. Fuerte amistad que se rompió cuando Silvia conoció a su novio de toda la vida, Óscar Peñas. Gonzalo y él eran como la noche y el día, y no se soportaban. Aquella inesperada noticia partió el corazón de Gonzalo, que dejó que la relación con su amiga Silvia se distanciara deliberadamente. Silvia era muy orgullosa, y no entendía la causa por la cual Gonzalo la empezó a dar de lado y a esquivar, pero sin embargo, le echaba de menos en su interior, echaba de menos el tiempo en el que eran como hermanos. Llevaban varios años en la universidad, concretamente seis, y no se habían visto en dos años a pesar de la cercanía en la que vivían. La última vez que se vieron fue en la fiesta de despedida del curso, que todos los años celebraban con sus amigos y compañeros del instituto, los mismos con los que hicieron selectividad aquel verano que les cambió las vidas sin saberlo. Sin embargo, ella ignoraba que había algo más en el interior de Gonzalo.

Para él, Silvia no era una chica más. Tampoco era una simple amiga. Sus pensamientos iban más allá de la amistad. Sin embargo, siempre tuvo miedo a expresarle realmente lo que sentía y estropear su amistad. Él se conformaba cada día con los besos de despedida tras acompañarla hasta la puerta de casa, cuando volvían del instituto o habían salido juntos con los amigos de clase. Él la miraba como se mira a un tesoro; con asombro, con admiración, con dulzura, pero nunca había en sus ojos el atrevimiento a ir más allá, de hablar con ella sobre el secreto que se ocultaba en él. Ella empezó a salir con su pareja aquel verano de selectividad del año 2006, y eso fue un palo para la autoestima de Gonzalo, que nunca se atrevió a decirlo por temor a paralizarse en el momento, por ser conformista. A veces se preguntaba si le dolía más el hecho de que nunca se hubiera atrevido, o que fuera su némesis Óscar el que salía con Silvia. La duda se disipaba rapidamente cada vez que añoraba a Silvia. Pero no quería que le viera mal y aceptó alejarse, a pesar de que sufriera más. Sin embargo, aquella noche, coincidieron en el lugar de la cena y del garito. Gonzalo apenas recordaba la conversación con ella, y acababa de recordar el rostro de Silvia con nitidez cuando sintió la voz de su madre exigiéndole que saliera de la ducha. Algo tenía que hacer...

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