lunes, 11 de julio de 2011

Johannesburgo en el recuerdo y el corazón. Iniesta se coronó como el mejor del mundo.

Aquel 11 de julio de 2010 nos marcó la vida definitivamente. El día en el que como futboleros nos hicimos mayores. Iniesta marcó el gol que todos soñamos y Casillas protagonizó ese instante que todos deseábamos y nunca creímos que podríamos cumplir, levantar la preciada Copa del Mundo. España ya se quitó ese Sambenito y desde hace un año somos Campeones del Mundo, los actuales Campeones del Mundo. Cosa fina. Che notte più bella quella del 11 di Luglio.


Recuerdos muchos. Bajar por la calle Génova camino de Colón buscando una pantalla gigante para ver el partido en directo. Nos quedamos al final en la que pusieron en Colón, una de tantas que había entre Cibeles y Colón, después de buscar un sitio para ver el partido sin muchos agobios. Recuerdo que todo el mundo me miraba al comenzar por atizarle palos a Ramos por no encarar ni poner un balón desde línea de fondo. Me rodeaban muchas quinceañeras, y yo el fútbol es una cosa para jugarla bien, que es como más se disfruta, no sólo un espectáculo lúdico - festivo lleno de gritos y chillidos. Recuerdo decirle a mis amigos que el partido era de ritmo bajo, que no me gustaba esa espesura en la que estábamos. Y entre que Ramos no las suele poner bien, y el lateral izquierdo y el central de aquella banda neerlandesa eran Gio y Heitinga...Ramos tenía un chollo a explotar. Y no lo hizo muy a menudo.

Tuvimos bastantes ocasiones al comienzo del partido, pero nos perdimos entre patadas. Nos crujió a todos el esternón cuando vimos la patada de De Jong a Alonso. Todo el mundo llamaba a los holandeses guarros, pero no fueron ni mucho menos los que más nos dieron en el Mundial. Para mí fueron peores los chilenos o los paraguayos en cantidad de cera repartida. Y quizás nos llamó la atención que Holanda diera estopa por todos lados, pero era una de las maneras de parar el ritmo de España. No nos casaba esa forma de jugar de Holanda con la que tenemos asociada en el inconsciente con los oranjes. Pero ¡qué narices! Era una final de un Mundial, todos la queremos ganar y no nos vamos a amedrentar en el empeño. Ellos también la querían y no iban a poner las cosas fáciles, había que aceptarlo aunque fuera a base de patadas y protestas constantes.

Siempre recordaré aquellos 5 segundos que nuestros corazones se helaron cuando Robben encaró a Casillas en el 63. Iluso fuí por no confiar en El Santo Iker Casillas ante Robben. Villa la tuvo después en el área pequeña y la puso en los cielos, desviada por Mathijsen. Luego la famosa ruleta de Puyol y el mano a mano del muy zurdo Robben con Casillas (que salió hacia su derecha obligado por la maniobra de Tiburón Puyol).

Llegó la prórroga. Y le dije a mis amigos. Repetimos la de Forlán en Hamburgo. Los 3 me miraron de forma rara y dijeron ¿ganamos en la prórroga? Y les dije, ¡y con gol en el 116'! Abusé de bravucón y me pude tragar mis palabras, pero la fe en que ganaríamos en esos 30 minutos nuestro Mundial, con todo lo pasado en los 90 minutos anteriores, era el sostén de mi ilusión y la de todo el país. La esperanza de evitar los penaltis. Llegó la ocasión de Cesc. El brillo de España en la prórroga y su eclosión final con la expulsión de Heitinga. ¡Al fin! Desde el segundo tiempo con tarjeta y bastante había aguantado el pobre Johnny. Raro era que ellos siguieran con 11, pero Webb no estaba muy colaborador ni con ganas de cortar el juego brusco. Que Heitinga también es muy majo, tiene cara de loco y todo lo que queramos, y jugó en el Atleti y no lo hizo mal. Pero qué las lía como la de Drenthe y alguna más también. Y la tenía que liar. Hizo falta clara y se fue sabiendo que no era tan necesaria. O esa impresión tuve, que no era una falta tan necesaria de hacer.

Y entre tantas ideas, era Iniesta el líder. Si Iniesta tocaba el balón, las cosas cambiaban en ese prórroga. Era mi impresión. Iniesta siempre me ha parecido el mejor del Mundo desde que se puede decir que se estableción como titular en el Barcelona y demostró su verdadero nivel. Nunca entendí las criticas que le hicieron en la Eurocopa. Dió dos asistencias de gol en Austria y Suiza. Y aquí en Sudáfrica llevaba un bagaje inmaculado desde el partido de Chile. En plano individual, el que más sobresalía junto con Villa e Iker. Se había cargado el liderato del equipo a la espalda. Y en la final lo corroboró. Aquel minuto 116 le consagró en el corazón de todos los españoles y dió la razón a mi pensamiento. Es el mejor del mundo. Por qué juega y hace jugar a los demás. Si está bien, lo notas. Y si no está bien, lo notas mucho más. No podía ser otro el llamado para romper 18 intentos fallidos y lograr a la 19º vez la ansiada Copa del Mundo. Su gol, ese instante en el que recibe la pelota y a todos se nos iluminan los ojos relamiéndonos con el disparo que cada uno imaginaba en su mente, como se paraliza el tiempo hasta que golpeó la pelota. Stekelenburg lo toca, pero no lo para. Ahí se acelera todo. Y cuando entra...Desconexión mental. Gritos. Botes. Abrazos. Alegría.

Y en el 122. El éxtasis. El por fin. Mirar al cielo con puños en alto y pensar que las estrellas están a nuestro altura. Que hemos tocado el cielo y somos Campeones del Mundo. Que lo sueños se cumplen y España cumplió el suyo. En un momento tan difícil para todos, el fútbol nos unía a todos y nos daba un parón en forma de alegría. Ser campeones del mundo. Bonito cuento para contar a los que en este año han nacido y no lo han podido vivir. Quizás ellos sean los que cuenten a sus hijos el Segundo Mundial
de España. O los Mundiales que vengan.

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